Patrick Zaldívar

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martes, 27 de septiembre de 2011

La Salvacion es de Jehova

(Jon.2:9). A todos nos es familiar el celoso “ganador de almas” que va de un lado a otro, “pescando” a personas, guiándolas por medio de una fórmula de salvación, e insistiéndoles de tal modo que éstas hacen una pequeña oración y profesión de fe, con tal de quitarse al pesado de encima. éste añade otro convertido a su lista y alza la vista buscando más cabezas que contar. ¿Así se evangeliza? Debemos admitir que no. Eso más bien es acoso religioso y proceder ilícito, y como cualquiera otra cosa hecha según las fuerzas de la carne, hace más mal que bien. John Stott tenía razón al escribir: “Cristo tiene las llaves. Es él quien abre las puertas. Entonces, no forcemos bruscamente las puertas que aún están cerradas. Hemos de esperar que él nos las abra. La causa de Cristo es continuamente perjudicada a causa del testimonio brusco o irrespetuoso. Sin duda, tenemos que hacer lo posible para ganar a nuestros amigos, familiares y compañeros de trabajo para Cristo. Pero a veces corremos demasiado y nos adelantamos a Dios. ¡Paciencia! Ora con fervor y ama mucho, y estate en continua expectación para aprovechar toda oportunidad que se te presente para testificar”. “La palabra de salvación tiene sus límites. No hay poder ni derecho para forzársela a otros... Todo intento de imponer el Evangelio por la fuerza, de perseguir a la gente y proselitizarla, de usar nuestros propios recursos para apañar la salvación de otras personas, es tanto inútil como peligroso...Tan sólo obtendremos la rabia ciega de corazones duros y entenebrecidos, y todo será inútil y dañino. Nuestra facilidad traficando la palabra de gracia barata aburre y disgusta al mundo de tal modo que, al final, se vuelve contra aquellos que intentan forzar algo no deseado”. La verdadera conversión es una obra del Espíritu Santo. No es de “voluntad de varón”, en el sentido de que el hombre no la puede producir por su propio esfuerzo, por muy buena intención que tenga. Cuando se le presiona a alguien para que profese a Cristo sin tener el pleno consentimiento de su voluntad, la persona se desilusiona e insensibiliza, convirtiéndose en muchos caso en enemigo de la Cruz de Cristo. Cuando el Espíritu Santo nos usa para la salvación de otra persona, participamos de una de las mayores experiencias de la vida. Pero resulta en algo estrafalario y grotesco cuando intentamos hacerlo en nuestras propias fuerzas.

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