Mas Jesús les decía: No hay profeta sin honra sino en su propia tierra, y entre sus parientes, y en su casa. Y no pudo hacer allí ningún milagro, salvo que sanó a unos pocos enfermos, poniendo sobre ellos las manos. (Mr.6:4-5)
El mayor enemigo del cristianismo puede ser precisamente el que dice creer en Cristo pero que ya no siente maravilla ni asombro.
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