Patrick Zaldívar

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jueves, 20 de octubre de 2011

¿Quien se atreve a seguirlo?


Y llamando a la gente y a sus discípulos, les dijo: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio, la salvará. (Mar.8:34-35)
Cuando Jesús dijo esas palabras, no solo estaba dándonos la receta para ir al cielo, sino también la receta para vivir una vida de excelencia aquí en la tierra.
El negarse a sí mismo significa rehusar seguir alguna inclinación natural, por más inocente que sea, que es contraria a la senda que Cristo ha trazado para nosotros. Sin embargo, éste es el único camino hacia una verdadera vida espiritual; hacer cualquier otra cosa es perderse eternamente. En este sentido, la pérdida es ganancia y la ganancia es pérdida.
Esta parte del evangelio de Marcos está tan próxima al corazón y centro de la fe cristiana que tenemos que tomarla casi frase por frase. Si cada día pudiera uno salir a la vida con una de estas frases en el corazón y dominando su vida, sería más que suficiente para seguir adelante.
Jesús nunca trató de seducir a nadie a unírsele ofreciendo un camino fácil; trató de desafiar, de despertar la caballerosidad durmiente en sus corazones con el ofrecimiento de un camino que ningún otro podría igualar en altura y dureza. Él no había venido a hacer la vida más fácil, sino a hacer a los hombres grandes.
Hay una vida mejor que podemos vivir aquí en este mundo. Pero para entrar en ella, tenemos que abandonar la manera en que estamos acostumbrados a vivir.Quizá tengamos que dejar las cosas a las cuales estamos aferrados y, a cambio, dedicarnos a hacer lo que Dios quiere que hagamos.
Nuestro propósito debe ser agradar a Dios, dar nuestra vida con el fin de cumplir nuestros deseos, ser su tesoro especial en la tierra y hacer lo que Él quiere que hagamos. Nuestra mayor prioridad debe ser darnos a Él, vivir en comunión con Él y estar en oración el suficiente tiempo para que podamos oír su voz y después obedecerlo.

Jesús tiene derecho a llamarnos a asumir una cruz, porque Él la llevó antes por nosotros.
Si uno quiere seguir a Jesucristo, debe siempre decirse a sí mismo que no, y a Jesús que sí. Debe decirle que no a su propio amor natural a la facilidad y la comodidad. Debe decirle que no a todo curso de acción basado en el propio interés y en la propia voluntad. Debe decirle que no a los instintos y a los deseos que le incitan a tocar y gustar y utilizar las cosas prohibidas. Debe decirle que sí sin dudar a la voz y al mandamiento de Jesucristo. Debe ser capaz de decir con Pablo que ya no es él quien vive, sino Cristo Quien vive en él. Ya no vive para seguir su propia voluntad, sino para seguir la de Cristo, en Cuyo servicio está la perfecta libertad.
Solo cuando hagamos esas cosas nos sentiremos realizados y podremos vivir la vida de excelencia que hemos estado anhelando.
Si no hay cruz, no hay corona


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